Soy cantero, o al menos, eso es lo que más me gusta decir. Aquí en la zona de Vigo, donde tengo mi taller, trabajamos mucho la piedra, especialmente el granito gallego que tanto define nuestra arquitectura. Hacemos muchas cosas, desde muros y balaustradas hasta elementos más decorativos. Y uno de los trabajos que encuentro particularmente satisfactorio es la creación e instalación de recercados ventanas Pontevedra. Esas piezas que enmarcan el hueco, que le dan cuerpo y presencia a una simple ventana en la fachada.
Hace unas semanas, nos llamaron para un proyecto en Pontevedra. Se trataba de la rehabilitación de la fachada de un edificio con cierta solera, y parte importante del encargo consistía en renovar o sustituir los recercados de todas las ventanas, respetando el estilo original pero con piedra nueva. Me gustan estos trabajos en ciudades como Pontevedra, con tanto patrimonio y donde la piedra tiene un protagonismo especial. Así que cargamos las herramientas, las piezas que ya teníamos preparadas en el taller y nos fuimos para allá.
Nuestro trabajo comenzó mucho antes, claro. Primero, la toma de medidas en la obra, precisa, milimétrica. Cada ventana es un mundo, especialmente en edificios antiguos donde las paredes no siempre guardan una escuadra perfecta. Con esas medidas, volvimos al taller a cortar y dar forma al granito. Creamos las jambas (los laterales), los dinteles (la parte superior) y los alfizares o vierteaguas (la base). Cada pieza es única y debe encajar como en un puzzle con las demás y con el hueco existente. Es un trabajo de paciencia, de conocer el material, de saber cómo cortarlo y pulirlo para obtener el acabado deseado.
Una vez en Pontevedra, llegó el momento crucial: la colocación. Es la parte más visible, donde todo el trabajo previo de taller tiene que cuadrar a la perfección. Presentamos las piezas, comprobamos niveles y aplomos constantemente. A veces, como en este caso, te encuentras con pequeñas irregularidades en el muro que tienes que saber corregir sobre la marcha, con cuñas, con ajustes finos, para que el recercado quede perfectamente asentado, alineado y bien sellado contra el agua.
Lo mejor de este oficio llega al final del día o al terminar una ventana completa. Das un paso atrás, te limpias el polvo de la ropa y observas. Ves cómo esa ventana, que antes era solo un hueco funcional, ahora tiene carácter, tiene un marco que la realza, que dialoga con el resto de la fachada. El recercado le aporta solidez visual, un toque de elegancia clásica que perdura en el tiempo.
Es un trabajo duro, físico y que requiere mucha precisión, pero ver el resultado final, saber que has contribuido a mantener o embellecer un edificio en una ciudad como Pontevedra, con tus propias manos y trabajando un material tan nuestro como la piedra, es una recompensa enorme. Cada recercado terminado es una pequeña obra de la que sentirse orgulloso.