Me gustaría que una madre o un padre del siglo XIV pudieran intercambiar unas palabras con sus ‘homólogos’ del siglo XXI. A buen seguro que la madre del Medievo alucinaría con la cantidad de ventajas que tiene la madre actual. Y aun así, nos quejamos. Cuidar un niño nos parece complicadísimo y pedimos ayuda a abuelos o guarderías porque no damos abasto.
Si tenemos un bebé y echamos un vistazo a nuestra casa, veremos que está llena de juguetes, productos higiene intantil y demás. Uno de los complementos claves en la crianza de un bebé es el pañal. Resulta curioso que durante muchísimos siglos los bebés y niños pequeños solían ir desnudos de cintura para abajo.
El otro día vimos un película ambientada en la Antigua Roma y un bebé no paraba de corretear por el campo sin nada en la parte de abajo. “Va desnudo”, podríamos pensar. Pues no, era lo normal. Sobre todo en entornos rurales, no había necesidad de cubrir al bebé que podía hacer sus necesidades en cualquier parte.
Obviamente todavía no se había inventado el pañal desechable. ¿Lo hubiera usado la madre de la Edad Media si fuera barato de conseguir? Probablemente sí. Con el crecimiento de las ciudades y, sobre todo, la incorporación de la mujer al mercado laboral surge la necesidad de optimizar los productos higiene intantil. Es así como una emprendedora proveniente de una familia de inventores se lanza a patentar algunas de sus brillantes ideas: una de ellas tendrá un increíble éxito en el futuro.
Fue en los años de la posguerra cuando aparecieron los primeros pañales desechables de venta al público. El concepto de este pañal trataba de liberar a la mujer de tener que lavar demasiada ropa: era un pañal de un solo uso. Pero el concepto no tuvo éxito hasta que la patente fue adquirida por una importante multinacional que se ‘apropió’ de la idea.
No obstante, en el siglo XXI algunos padres están volviendo al pañal no desechable porque consideran que se gasta demasiado dinero y se generan demasiados desperdicios con los desechables. Veremos que sucede en el siglo XXII.