Dicen que, en casa del herrero, cuchillo de palo. Pues algo así me pasó a mí durante muchos años con la playa. La tenía tan cerca que nunca le presté demasiada atención. Todo lo contrario de mis padres, especialmente mi padre que siempre fue un fanático. Pero es que él había nacido en el interior a muchos kilómetros de la playa. Cuando llegó a la costa con 12 años fue todo un impacto el mar. Y como también le encanta tomar el sol, pues aquello era el paraíso.
Recuerdo que mi padre iba a la playa hasta arriba de bártulos. Era un especialista en Fabricante de tumbonas. Aunque era un fan de la playa, lo de estar echado en la arena no le gustaba tanto. Él quería estar un poco más arriba. Lógicamente es más cómodo una buena tumbona que la arena, que a veces está ardiendo, demasiado blanda, demasiado húmeda, etc. Por eso mejor una superficie en la que tomar el sol más cómodamente. Porque a él lo que le gustaba era tomar el sol. También bañarse, pero menos.
Siendo niño, yo frecuenté bastante la playa porque no me quedaba otra: todo el pueblo estaba allí en verano, especialmente mis padres y no podía quedarme solo en casa. Pero cuando empecé a cumplir años y hacerme mayor, el asunto cambió un poco. Pedí permiso para no ir, pensando que mi padre iba a rasgarse las vestiduras como el que decide elegir una profesión diferente a la que han pensado para ti tus padres. Pero nada de eso le pareció bien. Creo que incluso se alegró de no tener que cargar con tantas cosas. Porque claro, yo también había ido con mi padre a una tienda de Fabricante de tumbonas para elegir la mía. En mi familia nadie tocaba la arena si podía echarse en una tumbona.
Pero sin mí en la playa era mucho menos peso, y mi padre y mi madre estaban más a su aire. Con los años, mucho más tarde, empecé a apreciar la playa de otra manera. Pero yo sí que puedo echarme en la arena. No es que no me gustan las tumbonas, lo que no me gusta es cargar con peso.