Símbolo de unión y amor incondicional entre los contrayentes, los anillos compromiso también son joyas con un indiscutible valor estético. Aunque la tradición prescriba que se diseñen en oro amarillo, otras aleaciones —oro rosa, platino, etcétera— son cada vez más aceptadas, recibiendo una fuerte demanda en el sector joyero.
La opción más clásica y atemporal es sin duda el oro amarillo. Esta mezcla de oro fino, plata y cobre destaca por su estética radiante, mantenimiento simple y cualidades hipoalergénicas, es decir, sin riesgo de desencadenar reacciones alérgicas en las pieles sensibles. Menos maleable que la plata, el oro amarillo conserva su diseño y acabado durante más tiempo, beneficio al que se suma la brillantez de esta aleación.
Por su parte, el oro blanco también triunfa en el mercado de los anillos de compromiso. Se trata de una aleación de oro puro y paladio o níquel que presenta un aspecto glamuroso, juvenil y sofisticado. Su apariencia armoniza con indumentarias tanto formales como casuales.
Otra variante del metal áureo con atractivo para las nuevas generaciones es el oro rosa. Su color suave y cálido desprende un romanticismo sin igual, y si bien antaño podría considerarse privativo del sexo femenino, cada vez son más los varones que abrazan este metal, como demuestran los relojes, gemelos, alfileres de corbata y otras joyas y complementos fabricados en esta aleación de oro puro, cobre y una pequeña porción de plata.
Metales alternativos como el platino o el paladio también se han abierto camino en este segmento. Estos anillos de compromiso contrarrestan su escasa tradición con propiedades únicas, como la mayor resistencia y durabilidad, la intensidad de su brillo y tono plateados, la resistencia a la corrosión o una mejor biocompatibilidad (altísima en ambos casos, siendo materiales comunes en la industria biomédica). Por contra, soluciones como el tántalo o el carbono reciben un uso muy minoritario en este mercado.