Uno de los grandes enigmas que surgen con la paternidad es a qué se van a dedicar los hijos. Aunque la mayoría de los padres y madres lo nieguen, muchos fantasean con que los hijos se dediquen a la profesión paterna o bien cumplan el deseo frustrado del progenitor. Antiguamente, muchos padres se andaban con menos bromas: serás lo que yo diga que seas. Y punto. Ahora, la ‘profesión’ va por dentro.
A mí me gustaría que mi hijo se dedicara a algún oficio artístico, para qué lo voy a negar. Y no porque yo me dedique o tenga una habilidad especial para ello, sino porque me interesa y supongo que podríamos compartir buenas conversaciones en el futuro, más que si se dedicara a al noble arte de la abogacía. Pero a veces pienso también que si se dedica a otra cosa que no tiene nada que ver conmigo también podría ser interesante. Al fin y al cabo, soy de esos que es capaz de interesarse por casi cualquier cosa.
Por eso me gusta ser muy observador con el niño y estoy atento a sus intereses desde pequeño. Y hay algo que le vuelve loco: la cocina. Le gusta meterse en ella cuando estamos nosotros y colaborar en lo que pueda, ya sean unas galletas mantequilla, una tarta o un puré. Le gusta conocer todos los nombres de los alimentos y cuanto más raros, mejor. Además, no le hace ascos a probar nada, aunque a veces se arrepienta después.
Le ha cogido afición a jugar con juguetes relacionado con la cocina. Algo tan aparentemente aburrido como cortar alimentos le tiene viciado. Son pequeñas piezas de plástico o de madera que simulan alimentos como frutas, verduras, pescados, carnes, etc. Con un cuchillo de juguete, las parte en dos y va diciendo los nombres como hacen en los videos que ve en la tablet.
Y un día coincidió que estábamos viendo el canal de cocina una receta para hacer galletas mantequilla y él no le quitó ojo. Llevábamos casi 4 años con canales infantiles en la tele y, por primera vez, nos permitió poner otro canal diferente: el canal del huevo, como él lo llama. ¿Tenemos un futuro cocinero en casa?