No, los niños no vienen con un manual de instrucciones. Y aunque internet está lleno de consejos, cada niño es un mundo, y sus pies también. Después de varias zapatillas que no nos habían dado ningún problema, nos encontramos con que las nuevas le hacían daño. Se quejaba de que le molestaba en la parte de atrás. Le hicimos caso y yo mismo busqué unas nuevas por internet, de una marca diferente a la habitual suya, a ver si era eso.
Pero cuando se las puse con toda mi ilusión (porque era una versión en pequeño de unas que me gustan y tengo yo) otra vez la misma historia: me hacen daño, me hacen daño. Eran un número más y no sabíamos cuál era el problema. Por suerte, aún tenía unas de verano a las que le tuvimos que cambiar cordones por velcro porque él todavía es pequeñito y no sabe atarse.
Con todo esto del confinamiento nos acostumbramos a no ir a tiendas y comprarlo todo sin probar. El problema es lo que nos ha pasado con las zapatillas del niño: que hemos tenido que devolver dos pares, y uno más no lo podemos devolver porque los puso un día por la calle. Y los precios de las zapatillas de los niños no tiene un coste proporcional a su menor tamaño. Así que 50 euros perdidos. Porque yo tengo el pie pequeño, pero no para calzarme un 27.5.
Así que no nos quedaba más opción que acudir a una tienda física, que tampoco es para tanto, ¿no? Aprovechamos que había un outlet cerca de la marca que siempre ha solido usar. Y las primeras zapatillas que probó… también le hacían daño. ¿Será que este niño quiere ir descalzo? La dependiente probó con otros diferentes de un 28 pero que la marca había decidido cambiar cordones por velcro para mayor comodidad. Y, tachán, “estos no me hacen daño”.
Lo que pasó fue que el tamaño de su pie dio un salto de dos números, y nosotros erre que erre con el 27. Pobre chaval. Además, tiene el pie un poco ancho pero estos nuevos son de anchura especial. Para la siguiente, nos dejaremos de tanto internet e iremos a la tienda.