La Real Academia de la Lengua Española define la pulsera como un «cerco de metal o de otra materia que se lleva en la muñeca para adorno o para otros fines». Sin embargo, esta joya demuestra ser mucho más si repasamos sus orígenes remotos, mucho antes de que las pulseras Roberto Demeglio y otras firmas de renombre irrumpieron en el sector joyero.
Se estima que las primeras pulseras, o piezas de artesanía susceptibles de recibir este nombre, fueron elaboradas hacia el 1.700 años y el 1.100 antes de Cristo. Eran utilizadas por la ‘realeza’ del momento como un ornamento que les distinguía del resto de la sociedad. Con anterioridad a esta fecha, se han descubierto brazaletes de hueso que demuestran la larga historia de este adorno.
El uso de pulseras o brazaletes como indicadores de distinción social se puso de relieve entre las mujeres de las antiguas Mesopotamia y Grecia, cuyas sociedades empleaban abundantes abalorios circulares (anillos, aretes, etcétera). Los varones, en un principio, no utilizaban pulseras metálicas, sino brazaletes de cuero que adornaban al atuendo militar. Sin embargo, estos evolucionaron hacia los modernos brazaletes y pulseras de metales y piedras preciosas.
Con el boom de la egiptología, un sinnúmero de pulseras de faraones antiguos salieron a la luz, poniendo de manifiesto que este tipo de joyas eran comunes entre los pueblos del Nilo. Ya en esta época pueden rastrearse las típicas pulseras abiertas con grabados y talladas con motivos animales y vegetales, adornos que, por otra parte, también están presentes en culturas tan remotas como la Fenicia de Asia Menor.
Del Imperio Antiguo Asirio, cuyos orígenes se retrotraen el 2.000 antes de Cristo, se conservan verdaderas obras de arte en forma de pulseras, con un estilo y acabados que eran reflejo de la cultura reinante. Sin lugar a dudas, una historia apasionante para un adorno que jamás pasará de moda.