Soy un vagabundo de los supermercados, en ninguno me siento muy cómodo y me gusta cambiar cada cierto tiempo. En algunas etapas de mi vida me tuve que conformar con ir casi siempre al mismo súper porque no había otro cerca de casa, pero ahora que lo único que hay en las calles de nuestro país son bares y supermercados, siempre hay donde elegir.
¿Por qué me cansan los supermercados? Bueno, es que a mí me cansan bastante las rutinas. Son necesarias para vivir y tener una vida organizada, pero tampoco hay que pasarse. En cuanto una rutina empieza a transformarse en algo tedioso, es hora de cambiar algo en esa rutina para que parezca nueva.
Pero a lo que iba: de los supermercados me cansa todo, desde los clientes, a las cajeras, pasando por los productos que venden. Porque cada súper tiene sus señas de identidad. Cuando coincides cada día con la misma señora a la misa hora comprando la asturiana lechera, cuando la cajera te llama por el nombre, o cuando el frutero empieza a guiñar el ojo a tu santa mujer, es momento de cambiar de supermercado.
Lo primero que me cansa son las cajeras. Siempre ahí, siempre las mismas. Que sí, que no tienen culpa, pero no puedo ver las mismas caras todos los días, aparte de a mi santa mujer, claro. Y además cada cajera tiene sus costumbres, y algunas me desquician, como la de tirarme la vuelta en la mano, sin darme tiempo a colocarla bien, con lo que varias monedas siempre caen: “uy, perdona”. Y así, día tras día.
Entonces cambias de supermercado y descubres que nada está como en el súper al que ibas antes. Pierdes varios minutos buscando el aceite, de pasillo en pasillo, hasta que finalmente te das cuenta de que el que tú buscas no lo venden en esta cadena de supermercados. Y es cuando empiezas a echar de menos todo lo del anterior, la señora de la asturiana lechera, la cajera con alergia al contacto físico o el frutero que trata de romper tu matrimonio.