Todavía quedan lugares prácticamente vírgenes y muy cerca de nosotros. Las Islas Cíes son un buen ejemplo de esto. Un espacio natural muy bien conservado que ha sabido combinar a la perfección el dar respuesta a la demanda de visitas con el salvaguardar aquello que lo hace único.
Por eso, en las Cíes se puede encontrar un camping muy agradable, con plazas limitadas, en el que disfrutar unos días durante el verano. Con su chiringuito y todo. Pero el resto de la isla está tal y como estuvo siempre. No hay casas en las Cíes… ni falta que hacen.
El ser islas ha ayudado mucho a esta conservación. Para ir, tiene que ser en barco, sea un barco vigo o desde alguno de los puntos cercanos desde los que salen algunas líneas regulares. También se puede ir en barco privado, pero es necesario contar con permisos especiales, por lo que muy pocas embarcaciones pueden acercarse a la costa.
Pero incluso para tomar el barco regular es necesario contar con un permiso. Esto es así porque el número de personas que pueden acceder a las islas es limitado. Cada año hay un tope, con el fin de que no se deteriore este espacio natural. Además, las normas son estrictas respeto a conservar la naturaleza, pudiendo ser multados si se tiran basuras o se realizan actividades no permitidas.
No todo el mundo que va a las cíes se queda en el camping. La mayor parte van a pasar el día en la playa, disfrutando de arenales que son dignos del mejor paraíso. O van a realizar algunas rutas de senderismo, para disfrutar de aire puro, naturaleza y mar. Al final del día, toman el barco de vuelta a tierra y se van con la sensación de haber hecho un paréntesis maravilloso en sus vidas.
La única diferencia con una playa del Caribe o alguno de los paraísos clásicos es que sus aguas son muy frías. En pleno océano Atlántico, bañarse en las Cíes es cosa de valientes. Pero, a juzgar por la cantidad de personas que se remojan durante el verano, hay muchos que reúnen esas condiciones. Y es que las aguas cristalinas resultan tan atractivas que es muy complicado vencer la tentación de darse un chapuzón, aunque sea uno rápido para volver a calentarse al sol y recuperar la sensación de calor en el cuerpo.