La apertura de una nueva clínica dental cercana a mi casa me ha hecho dudar de si merece la pena cambiar o no de dentista. No es que esté descontenta con mi dentista actual, pero he tenido algunas desavenencias estos últimos tiempos. Todo empezó por una molestia que tenía en un diente que fue difícil de diagnosticar. Yo insistía en que molestaba mucho pero no pudimos encontrar el problema hasta que hubo que empastar. No me pareció correcto ya que se debía haber visto antes.
De cualquier forma, a pesar de aquel problema, no me planteé cambiar de dentista hasta que abrieron una nueva clínica dental privada en Santiago muy cerca de casa. Pero un dentista no es como un supermercado, que, al final, casi siempre vamos al que está más cerca de casa: para cambiar un dentista por otro tienen que darse determinadas circunstancias. ¿Y qué circunstancias deben darse?
Para mí, el trato personal es muy importante. Sé que lo más importante de un profesional vinculado a la odontología, como a la medicina, es justamente el dominio de su profesión. Pero, al final, un dentista siempre debe tratar con un paciente, y ese trato determina la satisfacción del mismo. Es decir, aunque un odontólogo solucione un problema, también debe saber hacer sentir cómodo a sus pacientes. No hay que olvidar que nunca es agradable sentarse en un dentista con la boca abierta.
Por eso yo suelo fiarme mucho de mi primera impresión cuando trato tanto con un médico como con un dentista. Y eso es lo que voy a ver en la clínica dental privada en Santiago que han abierto recientemente en mi casa. Voy a hacer una revisión y consultar para hacer una limpieza. Al ser nuevo cliente sé que me va atender el dentista principal, aunque de la limpieza probablemente se encarguen los auxiliares. Pero esta primera visita me debe servir para tomar nota acerca de cómo es su trato. Y a partir de ahí valoraré si es pertinente cambiar de dentista, con todo lo que conlleva, ya que sería como empezar de cero en otro lugar.